Perdida en el pasado

Paseando por el Madrid de 1830, todo parecía tan realista a su alrededor, aunque no había nadie más. La extrañó aquella soledad, no se oía el trino de los pájaros, ni el viento,… Solo un leve zumbido.

No sabía cómo había terminado allí. Lo último que recordaba era correr junto al resto de sus compañeras, huyendo de la espesa niebla que bajaba rápidamente. En un momento cayó al suelo, notó como la pasaban por encima. Cuando pudo alzarse, no quedaba rastro de ellas. Se levantó dando tumbos, se sentía mareada, aturdida,… Vio un camino despejado y se dirigió hacia allí y luego todo se había vuelto negro.

Continuó caminando, intentando entrar en algún edificio, pero todos estaban cerrados. ¿Qué estaba sucediendo?… ¿Dónde estaban sus compañeras? Se sintió hambrienta, retrocedió hasta una arboleda que acababa de ver. Tal vez las hojas de los árboles o de los setos fuera comestible. Tomó un trocito, pero lo escupió inmediatamente, sabía a cartón. Se dejó caer exhausta, ¿qué iba a hacer? El cansancio la venció y se quedó dormida.

Un potente rayo la despertó, sobresaltada alzó la cabeza buscando el Sol, pero no vio más que a dos vigilantes del Museo.

-Hay una hormiga dentro de la urna, avisar a los conservadores.

Maldijo su suerte, se había metido en la maqueta de Gil Palacios. Tenía que escapar antes de que la volvieran a fumigar.

Desayuno accidentado

Una mañana lluviosa, Walker estaba tomando un café en el bar enfrente de su despacho de detectives. Cuando de repente escuchó: “Bang!”. Salió corriendo del bar y se montó en su bicicleta para perseguir al asesino, que había dejado una flor junto al cadáver. De pronto sonó su teléfono, descolgó y oyó que le decían: “Estoy detrás de ti”

Viaje por el Egeo

Jamás podrían olvidarlo.

Fue su primer viaje como recién casados. Surcar los mares y llegar a otro continente, para ellos constituía toda una aventura. Lina abandonaba la protección de sus padres y hermanos para emprender una vida junto al hombre al que amaba, que la hacía reír y que la arropaba entre sus brazos cuando las dudas y los miedos la asaltaban.

Ninguno de los dos había titubeado cuando les preguntaron que deseaban para empezar una vida en común. Toda la familia había ahorrado para satisfacer su petición y aunque eran conscientes de que la travesía sería dura, sabían que la recompensa que les aguardaba al otro lado era más de lo que podían soñar.

Viajaban ligeros de equipaje, una simple mochila que ambos portaban en sus hombros llena de esperanza y de fe. Embarcaron agarrados de la mano y ayudaron a otros que como ellos anhelaban la felicidad, a buscar un sitio donde sentarse. Ellos mismo lo hicieron uno al lado del otro, con sus cuerpos moviéndose rítmicamente al compás de su respiración. Cuando la luz del día fue apagándose, Khaled le pasó un brazo sobre sus hombros, y la susurró al oído que fuera fuerte, que la llegada de la luz les traería una nueva vida.

No era la velada que había soñado. Ella deseaba quedarse a solas con su marido. Su madre la había preparado para aquel momento tan deseado, pero el viaje se había precipitado y se vieron obligados a retrasar su noche de bodas. Qué importaban unos días más si estaban unidos.

El mar se fue encrespando a medida que la oscuridad se cernía sobre ellos. Los llantos de los niños rompieron el silencio, mientras que sus madres trataban de calmarlos, pero no era tarea fácil. Lina se sintió empequeñecida por la inmensidad de la gesta en la que se habían embarcado y en ese momento fue consciente del peligro que corrían al abandonar su tierra de esa manera. Ella, que había sobrevivido a los bombardeos de Alepo, escondiéndose junto a Khaled bajo tierra, ahora se sentía aterrada. Comenzó a temblar, ni siquiera los fuertes brazos de su marido lograban calmarla, lloraba desconsoladamente, farfullando que no quería morir. La prometió que no la dejaría caer al agua. Lina no sabía nadar.

El ruido del motor se paró de repente. Alguien gritó que se habían quedado sin combustible. En el interior del dingui se hizo el silencio, ni si quiera los bebés lloraban. La potente voz de un hombre quebró la quietud entonando una oración. Todos los que allí se encontraban fueron uniéndose a él, como una sola voz. Aquel rumor alertó a los barcos de salvamento, que navegaban con los motores apagados en busca de botes a la deriva.

De pronto un potente faro les alumbró. Una patrullera les había interceptado. Sus plegarias habían sido oídas. Esperaron pacientes su turno y subieron a la seguridad de la embarcación. Khaled y Lina se besaron, lo habían logrado. Habían llegado a Lesbos.

El último recuerdo

En todo ese tiempo nunca escuché el rumor de las olas, solo las voces alteradas de los que me acompañaban en la cabina… Algo había golpeado mi cabeza.

Desperté tirado en el suelo, el barco no se movía, debíamos haber encallado. Me levanté del suelo para buscar a mi tripulación. Caminé por la bodega y abrí las puertas de los camarotes. No había nadie. Todo estaba en silencio. Era como si el tiempo se hubiera detenido. Cuando llegué a la cubierta, la barca salvavidas había sido lanzada. Grité con todas mis fuerzas, pero no obtuve respuesta.

Me dirigí a la sala de mando, ese era mi último recuerdo. Estaba allí antes de que todo se oscureciera. Para mi asombro… mi cuerpo seguía allí. A mi lado yacía el pesado extintor con el que me habían pegado. ¿Cuánto llevaba allí tirado? Demasiado, el óxido devoraba la chapa de mi barco.

La colección secreta del abuelo

Inexplicablemente el abuelo le pidió que trajera su preciado álbum de sellos, el que jamás les permitía ver. Subió a buscarlo al desván y no pudo evitar echarle un vistazo allí mismo. El rostro que vio en el primer sello le era conocido: “Pedro Rocamora. Navidad 1941”. La coincidencia de apellido le hizo gracia. Pasó la siguiente página: “Aniceto Rocamora-Solé. Abril 1968”, el hermano mayor del abuelo, quién heredaría la fortuna familiar, había desaparecido en extrañas circunstancias. “Roberto Rocamora-Solé. Diciembre 1998” ¡Su padre! un borracho que maltrataba a su mujer, un día se marchó y no volvieron a verle. El abuelo se había ido deshaciendo de todo aquel que hacía peligrar su fortuna. El mismo diablo debía haberle entregado aquel libro.

El álbum cayó abierto por su última hoja en la que podía leerse: “Jaime Rocamora-Solé. Agosto 2018”

La Playa

Por fin había terminado, no tardaría en montarse en el avión que la llevaría a la playa. No a una playa cualquiera, tenía dinero suficiente como para cruzar el charco. Había sido un año duro, su oficio apenas la permitía descansar. Aspiró con fuerza, casi podía oler el mar y sentir la brisa sobre su piel. Era el último trabajo antes de irse. Repasó mentalmente lo que llevaba en la bolsa: el pasaporte, su bikini de rayas, algo de ropa y muchos billetes con los que podría comprar lo que quisiera en su destino. Se quitó la peluca y se ajustó las gafas de sol antes de salir.

-¡Arriba las manos!

Oyó nada más abrir las puertas del banco. Su viaje había terminado demasiado pronto.

La Desaparición

-¡Se la han llevado!

-¿A quién?

-A mi Antonia…

-¡Qué dice maestro!

-Esta mañana ya no estaba.

Los sirvientes trataron de calmar a don Félix. Uno de ellos salió en busca del alguacil. Antonia era la hija pequeña del maestro, muy guapa y culta, prefería salir a la calle a la reclusión que le imponía su padre. El hombre consciente que la niña le daría problemas quiso que tomara los hábitos como su hermana, pero la muchacha se había negado. Lo único que podía hacer era prohibirla salir día sí, día también. Ahora ella no estaba en la casa, debía haberse escapado para encontrarse con alguno de esos jóvenes que la rondaban y que sólo querían una cosa de la muchacha. Él había sido como ellos.

El alguacil tomó declaración a todos los que estaban en la casa y en algo coincidían: la última vez que la habían visto había sido antes del anochecer. Desde ese momento hasta que su padre había entrado a buscarla a su dormitorio, habían pasado muchas horas. Podía haber pasado cualquier cosa.

Todos la conocían por el barrio, ¡la hija del Maestro!  Así que recorrió las calles llenas de lodo para buscarla. Las lluvias borraban cualquier huella reciente, pero el alguacil estaba seguro que Antonia se había marchado durante la noche. Desconocía si por propia voluntad o violentamente.

Sus pasos le llevaron hasta la calle donde estaba el mentidero de los representantes, seguramente alguno sabría algo. Cuando entró sus ojos no tardaron a aclimatarse a la escasa luz del local. Dentro no había mucha gente, un par de comediantes tratando con don Ramón dueño de la compañía de teatro Los Castellanos; Tomás y Luis, dos de los habituales del establecimiento y un par de hombres más diseminados por las mesas de madera.

Se dirigió a los dos hombres tal vez habían degustado un vaso de vino durante la noche anterior.

-Alguacil qué le trae por aquí –dijo uno de ellos en cuanto le vio acercarse.

-La curiosidad.

-Ya sabe lo que dicen…

-Lo sé… Habéis oído lo de la hija del Maestro.

-Una noticia terrible.

-No se merece esto el Maestro, después de perder a su único varón ahora la pequeña se fuga.

-¿Cómo que se fuga? ¿Qué sabéis?

-Lo que ha contado Gabriel esta mañana.

-Gabriel, acércate muchacho.

Un hombre joven se tambaleó entre los taburetes hasta llegar donde se encontraban los dos amigos junto con el alguacil.

-Cuéntale al alguacil lo que nos has dicho a nosotros.

-Pues verá señor, vi a la hija del Maestro subir a un carruaje aquí cerca.

-¿Vio a alguien más?

-Iba muy tapado, con sombrero de ala ancha y una capa, la noche era oscura, ya lo sabe usted.

-Sí, gracias Gabriel.

Le vio regresar a su asiento, no parecía bebido, pero se comportaba como si lo estuviera.

-Pobre muchacho.

-Estaba enamorado de la niña del escritor –musitaron los parroquianos.

El alguacil asintió en silencio y se marchó, después de despedirse de los dos hombres.

Lo que había dicho el joven descartaba una de las posibles hipótesis que había barajado: la trata de blancas, que en los últimos meses habían hecho desaparecer a muchas jóvenes de la zona. Por no dejar ningún cabo suelto, quiso asegurarse de que nada de aquello había, así que se organizaron redadas y se interrogó a los cabecillas. Ninguno había visto a la joven.

Días después se encaminó al que había sido el hogar de Antonia y se presentó ante su desesperado padre.

-Don Félix, no la hemos encontrado, es como si hubiera desaparecido.

-Yo sé quién ha sido, fui a decírselo al Conde-Duque, quería hablar con el rey, pero me lo impidió… El muy canalla…

-Y ¿quién ha sido?

-El hijo de uno de los consejeros de Felipe… Rodrigo Villamediana.

-¿Cómo lo sabe?

-Le he visto merodeando por la aquí y cuando hemos acudido a la Corte no le quitaba ojo a mi pequeña. He visto su mirada en otros, en mi mismo –intentó reprimir el sollozo -. El muy cobarde. Mi pobre niñita.

-Señor eso sólo son suposiciones, nada tangible.

-Crees qué no lo sé.

-Sólo puedo preguntar a mis confidentes si le han visto estos días, pero poco más.

-Le agradezco su tiempo alguacil. Yo continuaré con mi búsqueda también –musitó sin esperanza el escritor.

Un año después. El 27 de agosto de 1635 Lope de Vega fallecía en su casa solo. Nunca averiguó que la joven Antonia no se había ido muy lejos del hogar familiar, huyendo de la represión a la que estaba sometida. Buscando un poco de libertad.

 

El Experto

Se había convertido en un asiduo del Rastro, muchos domingos paseaba por la calle San Cayetano para descubrir las pinturas que allí se exhibían. Algunos eran buenas pero otras no valían más que el marco que las albergaba. Aquella fría mañana había salido pronto, se había pasado todo el sábado corrigiendo los exámenes de los descerebrados de sus alumnos de Arte Moderno y quería despejarse antes de acabar de leerlos. Como otras veces paseó mirando lienzos sin demasiado interés hasta que sus ojos de experto se posaron sobre un lienzo. No era de los más grandes de los que se exhibían ese día, pero sí el único que había logrado llamar su atención. Se acercó que un mal disimulado desinterés, pero el vendedor le caló en seguida.

-Buenos días.

-Buenos días.

-Le puedo ayudar en algo.

-Pues estaba mirando este lienzo…

-Tiene muy buen gusto el señor.

Sonrió ante la descarada adulación del vendedor.

-Le podría echar un vistazo.

-Por su puesto. Acérquese que enseguida se lo llevó.

Se dirigió a uno de los laterales de la acera, si se confirmaban sus sospechas podría sacarse un importante beneficio, por no hablar de lo que dirían sus compañeros de departamento. Esperó paciente a que el vendedor cogiera con manos torpes, el cuadro y se lo aproximara hasta donde le había dicho que se colocara. Aquel insensato no debía saber lo que tenía entre manos. Se vanagloriaba de ser uno de los mejores conocedores de pintura española y estaba dispuesto a demostrarlo. Se tomó unos minutos para inspeccionar el lienzo: los rasgos de la Virgen, los tonos precisos de una obra del barroco y la firma, inconfundible, dispuesta en la esquina inferior derecha.  

-¿Cuánto pide por él?

-40.000 pesetas.

-Demasiado para mí –cabeceó negativamente.

-Es un Ribera –se defendió el vendedor.

-Sí, pero no un José de Ribera, éste es de un pintor madrileño Juan Vicente. Mire la firma usted mismo –le señaló.

-No sé –titubeó el vendedor.

-Se ve claramente la J. y la V.

-Puedo dejárselo en 35.000.

-Le doy 30.

-32.000.

-Hecho –aceptó el profesor -. Como comprenderá no llevo ese dinero encima, pero si me lo guarda hasta el domingo que viene yo se lo traigo.

-Puedo esperar una semana, pero si no viene lo volveré a sacar para venderlo.

-Quedamos en eso –asintió extendiendo su mano.

Como hombre de palabra volvió el día acordado con el dinero.  

La historia que acompañaba al cuadro no era tan beneficiosa como él pensó. El lienzo no era un Juan Vicente Ribera, sino una copia bastante buena del pintor. Ahora lucía en la pared de su despacho en su domicilio y no tenía complejos a la hora de contarles a sus alumnos como fue engañado por un vendedor en el Rastro.

El «No» de Chicote

“Chicote ha dicho NO a la Loren”

Ese titular aparecía en muchos de los periódicos del quisco. ¿Qué había pasado? Conocía a Perico desde hacía años, cuando empezó en el Hotel Ritz, era un hombre íntegro, un profesional de los pies a la cabeza… Y la Loren… ¡Menuda mujer! Nadie le hubiera dado una negativa a Sofía Loren. Compró uno de los periódicos, buscó la noticia y la leyó para enterarse de lo ocurrido.

Chicote se niega a desprenderse de una de las botellas de su colección”

El descubrimiento de Sara

A Sara le encantaba ir a casa de sus abuelos, pasaba las horas muertas escuchando al abuelo contar historias de trenes y fósiles. A lo lejos veía a la abuela, unos días planchando, otros cosiendo,… pero siempre asintiendo con la cabeza y a veces hasta sonriendo.

Una tarde entró en aquel piso del Manojo de Rosas como una exhalación.

-¡Abuelo lo he visto!

Detrás de ella, su madre sonreía asintiendo igual que la abuela.

-Ha ido con el cole al Museo de Ciencias Naturales –contó.

-Entonces creo que estás preparada para conocer toda la historia.

Sara se sentó impaciente con el bocadillo de queso y membrillo entre sus pequeñas manitas. El abuelo salió con una caja que ella nunca había visto y entonces empezó a hablar:

“Aún era joven… Muy joven… Trabajaba para la compañía de Transportes Ferroviarios Especiales, manejaba una excavadora en las obras de ampliación de los terrenos. Metía mi pala y levantaba la arena para que más tarde pudieran ponerse los pilares de la nueva fábrica. Una mañana la excavadora no quiso levantar arena, paré el motor y me bajé para ver qué era lo que frenaba mi pala. Ante mis ojos apareció una superficie lisa, que no parecía piedra. Llamé al capataz, que a su vez llamó al jefe. El revuelo fue monumental. Todos estuvimos allí parados mirando aquel resto que acababa de aparecer debajo de mi excavadora. Sólo uno de nosotros se atrevió a buscar el perímetro de lo que acababa de salir a la luz, cuando el jefe se marchó.

Volvió al cabo de una hora, con una sonrisa en los labios, parecía satisfecho. Nos ordenó que despejáramos la zona y que tratáramos de no estas por allí. Le hicimos caso, nos iba el puesto de trabajo en ello.

Esa misma mañana apareció un hombre cargado con una bolsa de donde fue sacando pequeñas herramientas para estudiar el descubrimiento. No tardó mucho en dictaminar que lo encontrado era muy importante para la ciencia y le dijo al jefe que tenía que estudiarlo con tiempo, por lo que la obra de ampliación debía pararse por tiempo indefinido. Para asombro de todos la obra se paró.

Durante semanas estuvieron excavando a mano. Los expertos se mezclaban con la gente del pueblo que les llevaba refrigerios y además preguntaban qué era lo que escondían aquellas tierras. Aquellos hombres se limitaban a encogerse de hombros y decir que era algo importante. Yo también me paseaba por aquí y como pertenecía a Transfesa podía acceder al recinto. Jamás olvidaré la primera vez que lo vi, parecía una cabeza con unos largos colmillos… Una cabeza enorme.

Los periodistas no tardaron en llegar. Villaverde se convirtió en el centro neurálgico de Madrid… Imagina qué de gente… Nosotros no habíamos visto tanto movimiento nunca.

Así fue como tu abuelo descubrió parte del esqueleto del elefante prehistórico que hoy viste en el Museo. Y aquí en esta caja, que a partir de ahora será para ti, tengo un diario y dibujos de todo lo que pasó. Para que lo recuerdes y se lo cuentes a tus hijos…”

-Abuelo, ¿y esto? –preguntó sacando una pequeña pieza calcárea de una cajita de plástico.

-Esto es nuestro secreto… Un colmillo de aquel elefante.

Sara asintió y volvió a guardarlo. No habló con nadie de ello, era su tesoro.