-¡Se la han llevado!
-¿A quién?
-A mi Antonia…
-¡Qué dice maestro!
-Esta mañana ya no estaba.
Los sirvientes trataron de calmar a don Félix. Uno de ellos salió en busca del alguacil. Antonia era la hija pequeña del maestro, muy guapa y culta, prefería salir a la calle a la reclusión que le imponía su padre. El hombre consciente que la niña le daría problemas quiso que tomara los hábitos como su hermana, pero la muchacha se había negado. Lo único que podía hacer era prohibirla salir día sí, día también. Ahora ella no estaba en la casa, debía haberse escapado para encontrarse con alguno de esos jóvenes que la rondaban y que sólo querían una cosa de la muchacha. Él había sido como ellos.
El alguacil tomó declaración a todos los que estaban en la casa y en algo coincidían: la última vez que la habían visto había sido antes del anochecer. Desde ese momento hasta que su padre había entrado a buscarla a su dormitorio, habían pasado muchas horas. Podía haber pasado cualquier cosa.
Todos la conocían por el barrio, ¡la hija del Maestro! Así que recorrió las calles llenas de lodo para buscarla. Las lluvias borraban cualquier huella reciente, pero el alguacil estaba seguro que Antonia se había marchado durante la noche. Desconocía si por propia voluntad o violentamente.
Sus pasos le llevaron hasta la calle donde estaba el mentidero de los representantes, seguramente alguno sabría algo. Cuando entró sus ojos no tardaron a aclimatarse a la escasa luz del local. Dentro no había mucha gente, un par de comediantes tratando con don Ramón dueño de la compañía de teatro Los Castellanos; Tomás y Luis, dos de los habituales del establecimiento y un par de hombres más diseminados por las mesas de madera.
Se dirigió a los dos hombres tal vez habían degustado un vaso de vino durante la noche anterior.
-Alguacil qué le trae por aquí –dijo uno de ellos en cuanto le vio acercarse.
-La curiosidad.
-Ya sabe lo que dicen…
-Lo sé… Habéis oído lo de la hija del Maestro.
-Una noticia terrible.
-No se merece esto el Maestro, después de perder a su único varón ahora la pequeña se fuga.
-¿Cómo que se fuga? ¿Qué sabéis?
-Lo que ha contado Gabriel esta mañana.
-Gabriel, acércate muchacho.
Un hombre joven se tambaleó entre los taburetes hasta llegar donde se encontraban los dos amigos junto con el alguacil.
-Cuéntale al alguacil lo que nos has dicho a nosotros.
-Pues verá señor, vi a la hija del Maestro subir a un carruaje aquí cerca.
-¿Vio a alguien más?
-Iba muy tapado, con sombrero de ala ancha y una capa, la noche era oscura, ya lo sabe usted.
-Sí, gracias Gabriel.
Le vio regresar a su asiento, no parecía bebido, pero se comportaba como si lo estuviera.
-Pobre muchacho.
-Estaba enamorado de la niña del escritor –musitaron los parroquianos.
El alguacil asintió en silencio y se marchó, después de despedirse de los dos hombres.
Lo que había dicho el joven descartaba una de las posibles hipótesis que había barajado: la trata de blancas, que en los últimos meses habían hecho desaparecer a muchas jóvenes de la zona. Por no dejar ningún cabo suelto, quiso asegurarse de que nada de aquello había, así que se organizaron redadas y se interrogó a los cabecillas. Ninguno había visto a la joven.
Días después se encaminó al que había sido el hogar de Antonia y se presentó ante su desesperado padre.
-Don Félix, no la hemos encontrado, es como si hubiera desaparecido.
-Yo sé quién ha sido, fui a decírselo al Conde-Duque, quería hablar con el rey, pero me lo impidió… El muy canalla…
-Y ¿quién ha sido?
-El hijo de uno de los consejeros de Felipe… Rodrigo Villamediana.
-¿Cómo lo sabe?
-Le he visto merodeando por la aquí y cuando hemos acudido a la Corte no le quitaba ojo a mi pequeña. He visto su mirada en otros, en mi mismo –intentó reprimir el sollozo -. El muy cobarde. Mi pobre niñita.
-Señor eso sólo son suposiciones, nada tangible.
-Crees qué no lo sé.
-Sólo puedo preguntar a mis confidentes si le han visto estos días, pero poco más.
-Le agradezco su tiempo alguacil. Yo continuaré con mi búsqueda también –musitó sin esperanza el escritor.
Un año después. El 27 de agosto de 1635 Lope de Vega fallecía en su casa solo. Nunca averiguó que la joven Antonia no se había ido muy lejos del hogar familiar, huyendo de la represión a la que estaba sometida. Buscando un poco de libertad.